martes, 8 de mayo de 2012

¡La invasión del MOCO!

El moco en los niños ha llegado a tener una fama tan aceptada hoy en día que la palabra mocoso, literalmente traducida como full of buggers, conforma parte del repertorio lingüístico diario en varios países hispano hablantes y se usa para dirigirse a niños en su época infantil;  niños cuya característica común es el sello del moco bajo la nariz.   

Lastimosamente, esta aceptación  tranquila del adjetivo mocoso, refleja nuestro conformismo con una realidad que debería urgirnos cambiar.  La invasión del MOCO debe parar.  El adjetivo mocoso describe a un niño distante de estar sano.  Ha llegado el momento de decir¡Basta ya!  ¡Adios moco! ¡Fuchi-fuchi! Au voir!

Desafortunadamente, el problema no es reciente; ya ha cavado raíces profundas gracias a la industria lechera y su gran propagandismo.   Nos hemos educado en una cultura en la que se idolatra la importancia del consumo de la leche durante la infancia, la niñez, la juventud, la edad adulta y la vejez; es decir, desde que nacemos hasta que morimos.   No importa el género o la edad, siempre hay una excusa para tomar leche y mucha gente parece pensar que sin la leche uno no podría vivir. 

En inglés, existe un logo comercial constante que dice: Milk Does a Body Good: La Leche Beneficia tu Cuerpo y va generalmente acompañado de la foto de una persona atractiva con un bigotito blanco.  El problema es que ese slogan está muy lejos de la verdad: la leche que estos comerciales promueven no nos hace bien.   El bigotito blanco en realidad se lleva bajo la nariz y se llama MOCO.
La leche es una alimento que Dios ha creado para alimentar a los miles de mamíferos en este planeta solamente hasta que éstos puedan alimentarse por sí mismos.  Después de esta etapa, solamente el hombre se obstina en seguir tomando leche.  Pero el problema se complica  aún más cuando cambiamos la leche saludable de mamá por la leche de un animal que no fue creado para alimentar a un mamífero de dos piernas y un cerebro pensante.  La leche de vaca fue creada para alimentar a un ternero, no a un toro o una vaca; porque hasta un ternero deja de tomar leche cuando acaba su infancia.

Ahora bien, para rematar el problema, no sólo forzamos a nuestro cuerpo a ingerir un alimento que no fue creado para nosotros, sino que nos hemos puesto a experimentar con él.  En las últimas décadas la onda de la pasteurización de la leche no ha descansado hasta quitarle a ese alimento las enzimas digestivas que originalmente lo acompañan en su estado crudo y natural.  Quitarle a un alimento que no fue creado para el hombre, las enzimas que ayudan a digerirlo, es verdaderamente un crimen.

Al pasteurizar la leche a temperaturas a las cuales no sobrevive ningún alimento sin perder un enorme porcentaje de su valor nutricional, ésta abandona todo su valor probiótico, sus enzimas y su riqueza natural.  Lo que nos queda es precisamente lo que nos hace mal: la lactosa y la caseína.  Estas son las proteínas responsables de los millones de casos de alergias y efectos dopamínicos en los niños y de las intolerancias digestivas en muchos adultos.  Los casos de alergias, astma, déficit de atención e intolerancias a la lactosa se han esparcido como pólvora en estas últimas décadas.  ¿Cuál es el componente tóxico responsable esta vez?  Ta ta ta tán.... La leche pasteurizada.

En resumen:
La leche pasterurizada causa que los niños sufran alergias a diferentes niveles e inclusive desórdenes de atención causados por la inhabilidad de digerir proteínas complejas como la lactosa y la caseína.  ¿Por qué?  Porque una leche sin enzimas no puede ayudar a una buena digestión.  La lactosa y la caseína no digeridas causan estragos severos en nuestro cuerpo y aun más en el de un niño.  

Lo triste es que en los niños que ya de por sí presentan fragilidad o toxicidad hacia otros componentes del medio ambiente, la adición de la leche pasteurizada en su dieta podría ser realmente la gota que derramará el vaso.   El consumo de leche pasteurizada está estrechamente vinculado no sólo a problemas respiratorios sino inclusive a problemas de comportamiento o atención tanto leves como severos.  Al presentarnos con este dilema, muchos padres apuntamos a todas partes en búsqueda de un culpable, cuando el asesino está allí, frente a nuestras narices, riéndose a carcajadas cada vez que abrimos el refrigerador!  

Repito entonces que ha llegado el momento de respirar profundo, ponernos la mano al pecho y decir con gran determinación: "al diablo contigo invasor, fuera de mi refrigerador!